Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Marcos 1:35
Jesús nos enseñó la importancia de la oración. Él mismo, siendo Dios, pasaba tiempo durante la madrugada buscando el rostro del Padre.
Su estilo de vida, su testimonio y los alcances de su ministerio, son una clara muestra tanto del poder que hay en la oración, como de los efectos que esta produce en la vida de aquel que ora fervientemente.
Orar debe ser una necesidad espiritual constante de la iglesia. No estamos hablando de una práctica sin valor o de un ritual, estamos hablando de un hábito beneficioso y de bendición para los creyentes.
La oración no puede convertirse en la última de nuestras opciones. Todo lo contrario, la oración debe ser nuestro más valioso recurso, nuestra primera opción, nuestro plan “A”.
Juan Wesley el gran evangelista del siglo XVIII, dijo: “todo lo que Dios hace en la tierra, lo hace en respuesta a una oración”.
Con esa famosa frase, Wesley reconoció los poderosos efectos que tiene la oración sobre las circunstancias terrenales.
Pero también, exaltó la manera como el pueblo de Dios puede tocar el corazón de Su Creador. Sin duda, el método por excelencia es la oración.
Es a través de la oración como nos conectamos con la presencia de Dios. A través de ella, entendemos los propósitos divinos inmersos en las circunstancias que vivimos a diario.
La oración nos permite gozar de frutos invaluables como lo son la paz y la confianza. Si estuviéramos perdidos, la oración nos ayudará a encontrar la senda. Si estuviéramos atormentados, nuestros adversarios no podrían resistirse ante un clamor dirigido al Padre.
Amado lector, orar le conviene. Haga el propósito de actuar menos y orar más. El activismo no es garantía de que tendrá éxito. Los buenos resultados vendrán por la persistencia en la oración.
Ore, obedezca y confíele al Señor los resultados.
¡Bendecido día!